Mi respuesta corta es que no.
Pero ahondemos un poco en el tema. Es increíble la cantidad de congregaciones que emplean la estrategia de usar canciones con un mensaje no cristiano, con la excusa de que estas pueden atraer a alguien no cristiano a la iglesia.
El pragmatismo —la idea de que todo lo que produzca buenos resultados es aceptable— se ha enraizado de manera profunda en la iglesia contemporánea. Cada vez son más los programas, y actividades que se basan puramente en los resultados, generalmente numéricos y económicos. Así nos encontramos con pastores disfrazados del Chapulín Colorado, de Superman, o incluso haciendo un rodeo con animales dentro del templo. Todo con la idea de que la gente no se aburra con la liturgia de una iglesia tradicional.
En el caso de la música, he sido testigo de congregaciones cantando “Highway to Hell” de AC/DC, “I Believe” de R. Kelly, “Entra en mi vida” de Sin Bandera, y —aunque usted no lo crea— la “versión cristiana” de “Despacito”, de Luis Fonsi. En otra ocasión se escuchó la canción de “YMCA” de The Village People junto con “Vivir la vida” de Marc Anthony en el mismo set de canciones durante el tiempo de alabanza. Sí, en momentos de alabanza corporativa, con algunos levantando las manos y cerrando sus ojos al cantar.
En algunos casos este ha sido un intento de querer servir mejor a aquellos que nunca han asistido a una congregación. Piensan que muchos se van a sentir confundidos o raros al ver, oír, o experimentar la liturgia de la iglesia. Y están en lo correcto. Por otra parte, también es un intento de ser más relevantes para una audiencia que consideran progresiva y joven. Esto es pragmatismo.
Según el pragmatismo, el fin justifica los medios. Más importante que lo que hacemos, lo que importa es que podamos “atraer a más personas y ser relevantes para ellos”. Siendo justos, muchas de las congregaciones que utilizan estos medios tienen un deseo legítimo de alcanzar a los perdidos, pero pienso que han sido miopes o tal vez aún cegados en los medios que están utilizando.
LOS PARÁMETROS
Los cristianos entendemos que lo que sustenta, alimenta, y guía nuestra fe es la Palabra de Dios a través de su Espíritu Santo. La Escritura es la que debe regir nuestra actividad, identidad, y dirección como iglesia. Es en ella que encontramos los parámetros que deben modelar no solo las cuestiones musicales, sino nuestra liturgia en general. Algunos puntos claves:
- La adoración corporativa debe ser una adoración exclusiva a Dios (1 Corintios 10:14; Éxodo 20:4-5).
- La adoración corporativa debe hacerse con reverencia (Hebreos 12:28).
- La adoración corporativa debe ser sacrificial y no mezclada con “el mundo” (Romanos 11:36; 12:2; Colosenses 3:2-5).
- La adoración corporativa debe de ser, entonces, espiritual (Efesios 5:9; Colosenses 3:16).
Cuando examinamos la Biblia, podemos ver que la adoración corporativa es una cuestión de fondo más que de forma. Si bien la manera de expresarse variará entre estilos, culturas, y denominaciones, lo esencial de nuestra alabanza es el evangelio. Más que el estilo de la música, se trata del mensaje que estamos creyendo y transmitiendo.
¿Es el mensaje que estamos transmitiendo a través de la música uno que glorifica a Dios por quién Él es y Él lo que ha hecho? ¿Está nuestra música formando a la congregación en el conocimiento de Su Persona y Su evangelio? Ese es el propósito de la alabanza corporativa.
EL PROBLEMA
La idea de cantar canciones que no tienen un mensaje cristiano implícito es un reflejo de lo que sucede en la mayoría de las iglesias en Latinoamérica, aunque muchas nunca harían esto. Tristemente, son muchas las iglesias que hoy predican un mensaje terapéutico y moralista en lugar de predicar el evangelio (2 Timoteo 4:1-2).
Las conclusiones de muchos sermones suelen ser exclusivamente cuestiones morales: pórtate bien, obedece, no hagas esto, haz lo otro, etc. Por supuesto, las cuestiones morales no son malas, pero todo sermón que deja fuera el evangelio no es un sermón conforme al mensaje de la Escritura. Y de iglesias con estos sermones se desprenden muchas de estas canciones.
Podemos cantar cosas bonitas y positivas, pero si carecen del evangelio, no cuentan con el poder de Dios.
Para evangelizar a alguien no necesitamos cantar lo mismo que ellos están cantando; eso no les ha cambiado. Para evangelizar a alguien debemos proclamar el evangelio: por nuestro pecado estamos muertos, y solo a través de la obra redentora de Cristo podemos ser reconciliados con Dios.
UN EJEMPLO
Es bastante difícil pensar que alguien realmente está pensando en el Señor Jesús y no en la persona que les gusta cuando cantamos letras como “Entra en mi vida”, de Sin Bandera:
“Entra en mi vida, te abro la puerta.
Sé que en tus brazos ya no habrá noches desiertas.
Entra en mi vida,
yo te lo ruego.
Te comencé por extrañar,
pero empecé a necesitarte luego”.
¿Cómo podemos pretender que alguien que por años le ha cantado esta canción a sus parejas ahora, automáticamente, sin haber sido lleno del Señor va a cerrar sus ojos, levantar sus manos, y pensar en Dios al cantarla?
Las personas no escuchan las canciones en un vacío, sino que las relacionan inmediatamente con su entorno. Por otra parte, ¿cómo podríamos aplicar la canción al Señor cuando el principio dice “Mucho gusto… eras otra chica más”?
¿Y SI CAMBIAMOS LA LETRA?
El ejemplo anterior puede habernos dejado claro que no deberíamos cantar canciones seculares en el tiempo de alabanza. Pero entonces, ¿cuál sería el problema si tomamos estas canciones populares y les cambiamos la letra? Al final de cuentas, estaríamos hablando de Dios.
En este caso, lo primero que tenemos que tomar en cuenta es que esto sería una violación a los derechos exclusivos del autor de la canción. Y aunque (tristemente) a la mayoría de las iglesias esos temas no les interesan, es una cuestión seria de integridad que debemos considerar.
En segundo lugar, alguien que escuche la melodía de una canción no va a sustituir la letra con otra fácilmente, especialmente con una a la que no está acostumbrado. Si el propósito es “atraer a las personas que no van a la iglesia”, ¿cómo es que la letra cambiada va a impactarlos, si es algo con lo que no están relacionados? Al oír la melodía, ellos van a estar pensando en la canción original. Tal vez se queden tarareando, pero difícilmente quedarán meditando en la letra nueva. Más probablemente irán a Spotify a escuchar la original.
Por último, a pesar de que la canción pueda estar hablando de Dios, el sentir y la motivación es la misma: pragmatismo. Nuestro corazón sigue centrado en los resultados, no en la gloria de Dios. El Señor nos ha dado dones y creatividad para ponerlos a su servicio; a través de la disciplina y excelencia podemos componer buenas canciones para Su gloria. En todo caso, ahora más que nunca tenemos acceso ilimitado a recursos a través de Internet para poder aprender nuevas canciones que hablen de lo que debemos hablar en la congregación: el evangelio.
ENTONCES ¿QUÉ HACEMOS?
Nuestro deber es entender cuál es nuestro contexto y, por ende, nuestro propósito. Cuando se trata de la adoración congregacional, no estamos hablando de una velada con mi esposa, una salida con amigos, o una fiesta de cumpleaños. Estamos hablando del momento apartado por la iglesia para que juntos exaltemos, agradezcamos, y reconozcamos a través de la música quien Dios es y lo que Él ha hecho.
Nunca ha sido ni jamás será nuestra responsabilidad hacer “sentir cómodos” a quienes les es extraña la iglesia. Esto negaría totalmente lo que Pablo y Pedro hicieron en su contexto. Nadie estaba interesado en escucharlos, pero fue el mismo poder de la Palabra de Dios el que cautivó los corazones cuando ellos fueron fieles y obedientes al llamado de predicar a Cristo, y a este crucificado. Por supuesto, debemos estar conscientes de los inconversos que nos visitan, pero para traer claridad, no confusión (1 Cor. 14:23).
Nuestro propósito es animarnos unos a otros con la Palabra expuesta y cantada, haciendo una sombra de lo que será la vida en la eternidad. Al final, no necesitamos enfocarnos demasiado en los resultados: Es Dios quien hace la obra en los corazones, no nosotros (1 Cor. 12:7).