Este artículo fue escrito originalmente para Coalición Por El Evangelio.
Hace más o menos un mes se desató en mi país de Guatemala un escándalo de corrupción que involucra al gobierno actual. Esto, fue para muchos la gota que derramó el vaso en cuanto a los actuales gobernantes de la patria. En respuesta a estos hechos, muchos guatemaltecos de todos los sectores del país hicieron un llamado a ejercer nuestro derecho de protestar, y convocaron a diversas manifestaciones pacíficas con el propósito de hacer clara nuestra inconformidad y deseo de que los mandatarios renuncien. Si bien las marchas han sido una muestra de unidad entre mis compatriotas que trascendió la raza, ideología y religión, quisiera que como cristianos pudiéramos analizar cómo el evangelio debería de moldear nuestra ciudadanía y el derecho que tenemos de protestar.
El ejemplo de Jesús
Una de las cosas que el Señor Jesús nos moldeó en su comportamiento de acuerdo a las Escrituras es lo que el apóstol Pablo enseña a la iglesia en Éfeso, en Efesios 4:26, “Enójense, pero no pequen”.
Cuando Jesús entra al templo y ve que las personas lo han convertido en un mercado, en donde no se respetaba la casa del Señor, Él se enoja de tal manera que lo expresa con emoción e ira (Mt. 21:12-13; Mc. 11:15-18; Jn. 2:13-22). En otra ocasión, según lo relata Marcos 3:5, Jesús se enojó estando en la sinagoga de Capernaúm, cuando los fariseos se rehusaron a responder las preguntas que Él hizo. Sin embargo, podemos estar seguros que según el testimonio de las Escrituras, Jesús nunca pecó de ninguna forma al expresar el celo y molestia que pudo llegar a sentir.
El hecho de que Jesús mostrará su inconformidad, pero no pecara, se debió a que su inconformidad no era quien se adueñaba de su carácter, sino el Espíritu Santo de Dios. El enojo y la protesta de Jesús tenían propósito, enfoque, motivación y tiempo apropiados, según leemos en la Palabra. Estaba enojado por las razones correctas: no estaba enojado con Dios, estaba enojado por el pecado de otros; y no duró días con ese enojo. Jesús amaba a los fariseos, pero la condición espiritual de los mismos era la que provocaba que Jesús se enojara.
Cuando entendemos que nuestra conducta como ciudadanos debe de estar moldeada por el evangelio que se nos fue enseñado por los apóstoles a través del testimonio de la vida de Jesús, no solo vemos que podemos enojarnos sin pecar, sino que debemos también estar conscientes de que la Biblia nos manda a obedecer a las autoridades que Dios ha permitido, en su plan soberano, que gobiernen a nuestras naciones. Si estudiamos cuidadosamente Romanos 13, el principal pasaje que nos da dicha instrucción, podemos entender algunos puntos interesantes, como el hecho de que Pablo le estaba escribiendo a los romanos, un pueblo gobernado por los más despiadados y corruptos gobernantes, los cuales no mucho tiempo después, ordenaron una terrible masacre que acabó con la vida de incontables cristianos, entre ellos el mismo Pablo. En este caso, creo que la obediencia debe de ser practicada al ejercer nuestros derechos bajo el marco de la ley, sin insultos, sin ademanes, sin actitudes y sin acciones que no sean dignas de alguien que dice ser cristiano pero que, en momentos de ira, se le olvida todo lo que ha creído.
Para Su gloria
La Palabra de Dios no se contradice, y es nuestro deber estudiarla adecuadamente para poder entender cómo es que el evangelio puede influir en este tipo de situacione. Al final de todo, nuestro deber es orar por nuestro país, orar por nuestras autoridades (no solo para que Dios les bendiga, sino para que se arrepientan de su pecado, 1 Ti. 2:1-4), orar por nuestras familias y que podamos colaborar con nuestro país siendo verdaderos cristianos, orar para que la luz del Señor ilumine nuestra nación y podamos trabajar juntos para cumplir el propósito de nuestra vida. Esto implica una actitud una acción de darle gloria a Dios quién permitió que estas autoridades estuvieran al frente de Guatemala.
Entonces, hermanos, podemos ejercer nuestro derecho de manifestar pacíficamente y enojarnos por la condición espiritual de los gobernantes. Pero no pequemos, no permitamos que nuestro testimonio sea piedra de tropiezo para quienes puedan vernos y, más que eso, no permitamos que el nombre de nuestro Señor sea objeto de vituperios.